Manuel Castro Mellado empezó a desarrollar su trabajo a mediados del siglo XX, y consiguió crear un estilo propio dentro del mundo de la figuración narrativa cuando, por generación, debería haber trabajado la abstracción. Ya en la década de 1960 su lenguaje era figurativo, de dibujo sencillo, de formas simples y definidas, alejándose de la pintura abstracta y de la modernidad imperante en la época.
Los viajes y los libros constituían el tema central de su pintura. Sus cuadros están llenos de libros, bibliotecas, escritores y lectores. También de barcos, aviones, cafés y lugares que nos recuerdan épocas pasadas. Sus personajes, a menudo ataviados con un sombrero, son en realidad un alter ego de su propia persona. Manuel Castro, solía representarse a sí mismo en los cuadros que pintaba, a modo de observador, escondido detrás de una gabardina y un sombrero, observando la escena desde una distancia prudencial. En sus cuadros, es habitual encontrar referencias a otros artistas que él admiraba, como René Magritte, Ingres, Robert Doisneau, Giorgio Morandi o Edward Hopper, entre otros. En los últimos años de su vida, experimentó con otras técnicas pictóricas, como el collage y el fotograbado, evolucionando hacia otros lenguajes expresivos más arriesgados que dejaban a la vista su sentido del humor y su lado más vanguardista y descarado.